lunes, 31 de marzo de 2008

Clan- Destino.-

No recuerdo si fue esa vez que te vi fumando y hablando por tu celular en las afueras de un conocido Hoyts o fue esa vez que te escuché por la radio y te encontré la razón absoluta sobre un tema político del momento.
Tampoco me acuerdo si fue lo dócil de mi vida lo que te hizo que te acercaras. A lo mejor fue esa vez en que pasaste por mi lado y me pediste fuego o quizás fue esa vez en que dos tipas te saludaron y te pidieron sacarse una foto contigo y tú, respetuosamente, les dijiste que está vez mejor no, todo porque estabas conmigo.
A veces es mejor así, pavimentar el camino solo y otras veces se hace más fácil emparejarse con gente que no tiene nada que ver con uno… así como nosotros.
Si siempre renegué de la fama y de los destellos con chequera farandulera, esa vez me caí feo. Contigo.
Nunca entendí que hacía en tu cocina preparándome leche con chocolate mientras tú desayunabas en el Dunkin Donnats sabiendo que la gente alrededor tuyo cuchicheaba por verte ahí comer. Como si no fueras ser humano, como si hablar en una radio conocida y salir de vez en cuando en un canal del cable, fuera suficiente como para que todos los servicios te llegaran gratis a la casa.

Acuérdate las veces en que salíamos juntos y preferíamos no andar de la mano. Es que tú te ves demasiado chica al lado mío, imagínate si pasa un paco al lado… va a creer que estoy cometiendo pedofilía. Eso dijiste. Yo, a la vez, te decía que me daba lo mismo que me vieran con alguien conocido de la mano, que alo mejor la gente iba a pensar que eras mi tío y no mi pareja.
Clandestinidad podría haber sido el título de todo eso. Con suerte le conté a una de mis amigas, que ni siquiera estaba en Chile y que jamás había escuchado tu nombre. Tú nunca les comentaste nada a tus amigos treintones, y suerte la nuestra que haya sido así.
Yo prefería quedarme viendo tele en la cama, faltar a alguna clase de algún profesor barrero y nunca supe decidir en la combinación de tus camisas y tus pantalones. Tú decías que mi pinta era acorde a mi Universidad, que mis pechugas chicas hacían juego con mi cara de guagua y que mis problemas eran burbujas de una pompa de jabón con olor a tuti fruti.
Yo te decía que no entendía tus análisis en la radio, que poco y nada me importaba el IPC, el IVA y esos entrevistados lateros que tenías en la radio.
Mi lectura era La Tercera y El Mercurio, tú apostabas por el The Economist y la Forbes.
Ver tele era un drama, al principio gruñías por ver todos los noticieros pero igual me dejabas ver las películas francesas.
Jamás coincidimos en nada. Mientras en tu auto manejabas y veías los videos de Morricone, yo siempre te molesté escuchando a los Chemical Brothers. Mientras yo me compraba mi ropa en
Providencia, tú encargabas las corbatas a Argentina.
Mientras yo dibujaba mi vida con carreras inconclusas y conversaciones en el MSN con mis amigos, tú ya ibas por la planificación estructurada de los adoquines de tu Isapre, la hipoteca del departamento nuevo, nulas crisis existenciales y negociaciones frecuentes entre tu ego y el de los demás.
Demas que éramos muy fomes, muy aburridos el uno del otro. Es que 25 y 46 no se llevan muy bien parece. 25 y 46 puede ser un número de pasión, pero de pasión efímera. De convivir un par de meses pero no de proyección. 25 y 46 no se entienden con gastos, con emociones, con estilos de vida, con lecturas ni con todo el cariño que se tengan.
21 años pesan. Y harto. Mientras uno se resigna a la soltería permanente, el otro se acostumbra a conocer lo favorable del mercado a disposición. Mientras uno llama para lo estrictamente necesario, el otro llama en los momentos inesperados para ronronear un infantil "te quiero mucho".
Y así no más fue y será. Una mujer crecida, con aires de pendex, amontonando tantos libros y cds que faltaría vida para leerlos y escucharlos todos. Un hombre mayor que goza del reconocimiento de las féminas y se niega a darles el favor a sus adversarios colegas.
Ni tan asombroso como para no creerlo ni tan insignificante como para no atesorarlo. Igual te voy a seguir escuchando en la radio y me voy a seguir riendo de tus entrevistas. Igual te vas a seguir riendo de mis cosas y nunca más me vas a escuchar por tu oficina.

Fuimos clan-destino por excelencia. Un clan que duró lo suficiente como para no enamorarse ni arriesgarse a más y, creamos, que un destino que nos supo separar a tiempo.
No concluyo con despedidas ni con promesas débiles que no podré resolver en el mediano ni en el corto plazo, más bien me arrimo a mi risa y a mi nueva carrera en un país distinto a éste. Pena no
tengo ni creo que tenga, a lo más será nostalgia por lo que fue y lo que dejé inconcluso, nada más.
Al menos por hoy, nada más.

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